Vagamos
como perseguidos
por un polvo de ceguera
que nos impide
saber cual es la
esencia
del hombre.
Algo olvidado
vuelve
a cobrar sentido,
cuando
la tierra se enferma,
y lo evidente nos golpea.
Al borde del grito
se regatea con el
dolor
de lo vivo.
Un poderoso muro
de asfixia
impide hallar el
significado
de nuestro propio
nombre.
“Humano”.
Deseo
que un nuevo
día llegue
y que en el silencio de
los árboles,
en el rumor de las
olas,
en la libertad del
vuelo
se pueda decir,
nada muere.
El “todo” respira.