
Es un regalo para los sentidos estar aquí, en la cumbre de moradas celtas, donde las manos casi tocan un cielo inmensamente azul, sólo comparable con el del mar, que rematado con olas de plata come a incansables bocados todos estos desgastados acantilados da Costa da Vela.
Con las islas Cíes en frente, cual fieles centinelas en medio del océano, resguardan a los barcos que a sus pies se hallan.
La carretera serpenteando e iluminada con los últimos rayos, se va al encuentro del faro.
Al fondo las casas de la aldea con sus tejados rojos se hallan enmarcadas en maravillosos campos verdes.
Las laderas cuajadas de retamas inmensamente amarillas y salpicadas de margaritas silvestres desprenden aroma de libertad.
Un cansado pesquero rodeado de multitud de gaviotas enfila la costa.
Los ojos no alcanzan a ver más allá, al infinito, cegados por una hermosísima puesta de sol.
En la cima y presidiéndolo todo está el Facho, ( faro iluminado con fuego por nuestros antepasados) que le da nombre al monte.
Leda nuestra perra, con el hocico levantado otea el horizonte, seguro que está disfrutando tanto yo.
La emoción que se experimenta aquí arriba, respirando tanta belleza, es indescriptible.
Me siento un punto insignificante.
Atrapar tan sublimes momentos elevan el espíritu, dan paz, te hacen pensar que las miserias no debieran tener tanta cabida en los corazones humanos, porque al fin la vida es un instante.